jueves, 19 de noviembre de 2009

Concurso literario "De Ana Frank a nuestros días"

Aixa Coronel, alumna de 3º año, ha participado en el Concurso De Ana Frank a nuestros días, cuyas bases están en este blog. A continuación, transcribí el texto que ha elaborado.

Una herida en el recuerdo

Muchas veces creemos que la historia es lejana a la que vivimos, pero cuando va pasando el tiempo, nos damos cuenta de que casi siempre somos parte de ella.
Quizás todo lo que vamos dejando en el camino, lo que perdemos, lo que obtenemos, nos hace partícipes de hechos históricos.
Esto que voy a contar lo viví en una época muy difícil de nuestra historia argentina; ojalá les sirva a las futuras generaciones.
Era un día soleado, yo estaba jugando en el patio de mi casa con mi hermana y nos reíamos muchísimo porque dábamos vueltas y cuando nos mareábamos nos caíamos al suelo. En uno de esos giros se escuchó un ruido muy fuerte, mi hermana comenzó a llorara pensando que era un trueno.
Yo la abrazaba, cuando entró por el pasillo de la casa mi madre corriendo y llorando, y a los gritos decía:
 - ¡Pusieron una bomba!-
 -¡Los montoneros pusieron una bomba!- repitió.
La gente que estaba cerca del lugar donde había sucedido el incidente, salió inmediatamente corriendo para ver lo que sucedía. Mi madre tomó mi mano y salió corriendo conmigo al lugar donde se había producido la explosión. Ella no solo quería mirar lo sucedido, sino que buscaba a dos amigas que trabajaban allí.
Al llegar tuvimos  una imagen patética y desoladora. A mi corta edad aprendí lo desesperante y desgarrador que es un hecho como ese. Veía a la gente corriendo, tratando de ayudar a los que todavía estaban vivos, pero también veía personas a las que les faltaban partes de sus cuerpos. Los grito, el llanto, el ruido de las ambulancias que aún hoy no he olvidado. En ese momento pensé que la tristeza de mi mamá era por la pérdida de sus amigas y hoy me he dado cuenta de que era por muchísimas cosas que estaban por suceder.
Ella era militante del Partido Justicialista, el cual estaba mal visto por los gobiernos militares y más aún cuando se acusaba a los llamados Montoneros de que habían pertenecido a este partido político. Mi madre sabía que todo estaba a punto de cambiar.
Sólo recuerdo que estábamos sentados en el comedor mirando la televisión, cuando de pronto la programación se cortó, luego comenzó a sonar una música y escuchamos: “Comunicado nº 1”. Mamá se colocó las manos tapándose la cara y dijo:
-Otra vez no-miró a papá,
-Ahora va a ser peor.
Esa noche estuvieron conversando mucho.
Tiempo después, todo era un caos, era común ver a jóvenes rodeados de policías, acostados boca abajo en la calle, a quienes habían sacado de sus casas. Papá me hacía caminar rápido y siempre me decía: “no mires”, yo le preguntaba “¿Pa porque están acostados en la calle?”, pero no había respuesta.
Nuestra vida cambió cuando de una casa frente a la nuestra, se llevaron a dos hermanos que pertenecían al grupo de jóvenes peronistas. Aquellos dos hermanos eran conocidos de mis padres. Sólo recuerdo haber escuchado que a uno de ellos lo habían acusado de pertenecer al grupo Montonero, lo cual hoy en día sé que eso no era cierto. Al día siguiente nos visitaron unos compañeros del mismo partido que mi madre; por la cara que traían eso ya parecía ser algo grave. Algunos de sus compañeros habían decidido irse de donde vivían por un tiempo, y en casa se había decidido lo mismo.
La detención de los dos hermanos no sólo hizo que nos fuéramos, sino que también provocó que le pidiéramos a un amigo de mi papá que se hiciera cargo del negocio y de la casa.
Un tiempo vivimos en Témperley en la casa de otro amigo de papá, pero luego no sé por qué razón nos dejaron a mí y a mis hermanos en la casa de mis padrinos. La vida allí no fue tan difícil. Nos levantábamos temprano y ayudaba a mi madrina en el gallinero. Al finalizar, salía al portón para ver si ellos venían y mi padrino, al verme, se acercaba y apoyándose en la pared me decía “Ya van a venir, hay que tener paciencia, estos tiempos son difíciles”.
Un domingo mientras corría a una gallina que quería salirse del corral, escuché una voz que decía: “Hola, mami, ya volvimos”. Me di vuelta y eran mis padres. Salí corriendo para avisarles a mis hermanos. Todos nos abrazamos muy fuerte (ya habían pasado seis meses sin poder verlos). Mientras ellos conversaban, escuché a papá decir que habían tenido que vender todo, que la persona encargada, los había estafado y que de todo aquello les había quedado poco dinero. También mamá decía que ella ya estaba en la lista y que ninguno de los dos podía salir a buscar trabajo.
Ese mismo día nos fuimos con ellos y, a partir de ese momento, tuvimos que vivir de un lado a otro, escondiéndonos como delincuentes, sin derecho a la libertad y muchas veces pasando necesidad por no poder dar el paradero para que los represores no destruyeran una familia. Muchas veces tuvimos en nuestra mesa sólo un poco de fideos para comer. Recuerdo que jugando y jugando, le enseñaba a mi hermano menor, que cerrara los ojos y le decía que cada fideo que llevara a la boca era el trozo de comida que a él más le gustaba. También había creado “la noche del matecocido”, que disfrutábamos mucho porque ese día teníamos pan.
Yo ponía la mesa y la decoraba para que todo fuera divertido. Mi hermano más chico, Javier, ponía el pan (al que siempre se le perdía la miga) y mi hermana, Lidia, ponía las tazas y las cucharas.
De lejos papá nos miraba, no decía nada pero en sus ojos se veía la tristeza. Yo me acercaba y lo invitaba: “¿Papá querés compartir el mate?” y él respondía: “Yo tomo matecocido quemado”. Todos nos reíamos.
 Papá es la persona más presente en mi vida, ya que a mamá la veíamos muy poco: ella no podía estar más de quince días en un lugar.
Me acuerdo de aquel globo rojo que siempre que íbamos a ver a mamá, papá nos inflaba. Ese día se levantaba temprano, nos despertaba, nos daba el desayuno y uno de nosotros se ponía a inflar globos. Yo sabía que aquel día íbamos a ver a mamá, y así como yo, otros chicos vivían la misma situación.
Estos tiempos eran difíciles, no teníamos dónde refugiarnos, ni había para comer.
Uno muchas veces cree estar solo, pero no es así: los amigos son una parte muy importante de la vida. Papá tenía uno que era un ángel. Cuando ya no teníamos dónde ir apareció Monchito, él nos albergó, nos ayudó y, lo importante, mamá ahí estaba bien y no tenía que irse.
Pero el peligro siempre estaba, papá ya tampoco podía trabajar, por miedo a ser encontrado. La única tranquilidad de ellos era que podíamos estar todos juntos y eso era lo más importante. Ellos no se habían quedado solamente quietos en el exilio, sino que reunidos con otros buscaron la manera de ayudar a los que estaban en la misma situación que ellos y aún peor. Así conocieron a las Madres de Plaza de Mayo, que con sus pañuelos blancos en la cabeza despertaban mi curiosidad. Cuando nos encontrábamos con ellas no era abiertamente sino en un lugar que ellas designaban para cada ocasión.
Mamá ayudaba a todas las madres de las provincias que habían perdido a sus hijos y viajaban a buscarlos (Santiago de Estero, Salta y Tucumán).
El 78 fue el año en que muchos de los que conocíamos desaparecieron, fue el año en que mamá estuvo muy poco con nosotros. Ese mismo año había venido una tía que había perdido a su hijo, y vino acompañada de un primo mío. Él había venido a trabajar para ayudarla.
Mi mamá se lo había conseguido con unos muchachos de los cual se hizo muy amigo. Al  principio él tenía casa y de allí se iba a trabajar, pero luego comenzó a venir menos. Esos pocos días que venía eran divertidos: nos llevaba al cine, paseábamos por Lavalle y comíamos helado hasta cansarnos.
Mamá ya presentía que algo no andaba bien, porque en muchas ocasiones ella le decía a mi tía que algo de los amigos de mi primo no le gustaba, y el hecho de que comenzara a ganar demasiado en solo un par de meses, le daba mala espina. Todo parecía muy bueno, en ese entonces yo tenía ocho años y ya empezaba a comprender todo lo que sucedía.
Para mi cumpleaños él había ido a festejarlo conmigo, me regaló un diccionario, que no me había gustado. Mi primo, al ver mi cara, sacó dinero de su bolsillo y me dio.
Desde aquel entonces no lo habíamos vuelto a ver hasta septiembre.
Al volver se notaba que era una persona muy diferente a aquel muchacho que había venido en busca de trabajo desde provincia.
Les contó a mis padres que del lugar donde estaba viviendo ya habían ido varias veces de la brigada buscando a uno de sus amigos que convivía con él (ese día estuvo hasta tarde). En noviembre regresó a visitarnos. Me acuerdo que abrí la puerta, lo vi muy raro y, si no me hablaba, no lo reconocía, estaba un poco asustado, mi papá lo hizo entrar, le
dio algo de comer y después de bañarse se sentó junto con mis padres en el patio a tomar mate.
Yo le hacía bromas y chistes pero él ya no se reía; papá me pidió que me fuera a jugar porque tenían que hablar de algo muy importante. Me quedé cerca para escuchar la conversación. Mi primo le contaba a mi papá que la brigada había ido a buscar a sus amigos y compañeros de trabajo. Cuando comenzó la pelea él se había metido y al ver a uno de sus amigos tirado en el suelo mientras le pegaban, agarró sin pensar un palo y le pegó a uno de los integrantes de la brigada en la espalda. También comentó que por un tiempo se iba a quedar en la casa de la tía de uno de sus compañeros. Después de oír esto mamá le dijo que se quedara, luego ella le conseguiría un boleto para que volviera a Tucumán. Cuando llegó la noche, me acerqué y le dije que no tuviera miedo, que había hecho bien en venir a casa.
A la mañana siguiente cuando me levanté ya se había ido, no quiso quedarse para no causarnos problemas.
Era la última semana de noviembre y nos estábamos preparando para ir al colegio. Yo estaba peinando a mi hermana cuando golpearon la puerta; abrí y detrás de ella se
encontraba un hombre muy extraño para mí, parecía un indigente, la ropa sucia, la barba larga, su cabello se veía muy sucio, las zapatillas rotas; pero lo que más me quedó en el recuerdo es su mirada vacía, con mucho miedo. “Soy tu primo”, me dijo. Me preguntó por mamá y papá, pero ellos no estaban, me pidió si podía bañarse, le di ropa de papá, la
preparé el desayuno y nos sentamos a conversar un rato. Yo entendía muy bien lo que estaba sucediendo, me contó que estaba pasando una situación muy mala y me pidió que le dijera a mamá que lo estaban siguiendo, que si no volvía por tres meses, que lo

           
buscara y, si no lo encontraba, que le dijera a mi tía que era la mejor madre que tenía y que siempre la quiso mucho.
Salimos todos de casa, tomamos el colectivo y él insistentemente miraba hacia atrás. De pronto, al ver que los militares se subían al colectivo a revisar, se levantó de su asiento y
me dijo: “me vinieron a buscar” se sacó el reloj, me lo dio y se despidió. Al dármelo dijo: “es para que no me olvides y cada vez que veas la hora te acuerdes de mí”. Bajó
del colectivo y al darme vuelta y buscarlo ya no lo encontré. Es hasta el día de hoy que lo hemos buscado en hospitales, cárceles y nunca apareció.
Pero no perdemos la esperanza de que algún día lo podamos encontrar.

FIN

No hay comentarios: